CREENCIAS ANTIGUAS
CAPITULO I
Hasta los últimos tiempos de la historia de Grecia y Roma se vio
persistir entre el vulgo un conjunto de pensamientos, y usos, que
indudablemente, procedían de una época remotísima. De ellos podemos inferir las
opiniones que el hombre se formo al principio sobre su propia naturaleza, sobre
su alma y sobre el misterio de su muerte.
Las generaciones antiguas, mucho antes que hubiera filósofos, creyeron
en una segunda existencia después de la actual, consideraron la muerte, no como
una disolución del ser, sino como un mero cambio de vida.
Según las más antiguas creencias de los griegos y de los italianos, no
era en un mundo extraño el presente a donde el alma iba a pasar su segunda
existencia, permanecía cerca de los hombres y continuaba viviendo bajo la
tierra (sub terra censabant reliqium vitam agi mortorum).
También se creyó durante mucho tiempo que en esa segunda existencia el
alma permanecía asociada al cuerpo. Nacida con el, la muerte no los separaba y
con el se encerraba en la tumba; cuando se colocaba un cuerpo en el sepulcro,
se creía que era algo viviente lo que ahí se colocaba.
Era costumbre, al fin de la ceremonia fúnebre, llamar tres veces al alma
del muerto por el nombre que había llevado. Se le deseaba vivir feliz bajo
tierra; se escribía en la tumba que él reposaba allí. Jamas se prescindía de
enterrar con el los objetos de que, según se suponía, tenia necesidad.
De esta creencia primitiva se derivo la necesidad de la sepultura. Para
que el alma permaneciera en esta morada subterránea, que le convenía para su
segunda vida, era necesario a que el cuerpo al que estaba ligada quedase
recubierto de tierra. El alma que carecía de tumba no tenia morada, vivía
errante, se convertía pronto en malhechora.
La antigüedad entera estaba persuadida de que sin la sepultura el alma
era miserable, y que por la sepultura adquiría la eterna felicidad.
Las formulas de la ceremonia fúnebre, puesto que sin ellas las almas
permanecían errantes y se aparecían a los vivos, es que por ellos se fijaban y
encerraban en las tumbas, y así como habían formulas que poseían esta virtud,
los antiguos tenían otra con la virtud contraria: la de evocar a las almas y
hacerlas salir momentáneamente del sepulcro.
Se temía menos a la muerte que a la privación de la sepultura, ya que se
trataba del reposo y la felicidad eterna.
En las ciudades antiguas la ley infligía a los grandes culpables un
castigo reputado como terrible: la privación de la sepultura. Hay que observar
entre los antiguos se estableció otra opinión sobre la mansión de los muerto,
se figuraron una región, también subterránea pero infinitamente mayor que la
tumba, donde todas las almas lejos de su cuerpo, vivían juntas y donde se les
aplicaban penas y recompensas.
Se rodeaba a la tumba de grandes guirnaldas de hierba y flores, que se
depositaban tortas, frutas, sal, se derramaba leche, vino, y a veces la sangre
de alguna víctima.
CAPITULO II
EL CULTO DE LOS MUERTOS
Entre los griegos había entre cada tumba un emplazamiento destinado a la
inmolación de las víctimas y a la cocción de su carne. La tumba romana también
tenia su culina, especie de cocina de un genero particular, y para el exclusivo
uso de los muertos.
Estas creencias dieron pronto a lugar las reglas de conducta. Puesto que
el muerto tenia necesidad de alimento y bebida, se concibió un deber de los
vivos satisfacer esta necesidad, fue obligatorio.
Los muertos pasaban por seres sagrados, los antiguos les otorgaban los
más respetuosos epítetos que podían encontrar: llamándoles bienaventurados,
buenos, santos. Para ellos tenían toda la veneración que el hombre pueda sentir
por la divinidad que ama o teme; en su pensamiento cada muerto era un dios. No
se daba distinción entre los muertos. Los griegos daban de buen grado el nombre
de dioses subterráneos, los romanos les daban el nombre de dioses “manes”. Las
tumbas eran los templos de estas divinidades.
Si el muerto al que se olvidaba era un malhechor, aquel al que se
honraba era un dios tutelar, que amaba a los que ofrecían el sustento. Estas
almas humanas divinizadas por la muerte, eran lo que los griegos llamaban
demonios o héroe, los romanos le dieron el nombre de lares y manes.
CAPITULO III
EL FUEGO SAGRADO
La casa de un griego o romano encerraba un alta, en este altar tenia que
haber un poco de ceniza y carbones encendidos, era una obligación sagrada para
el jefe de la casa el conservar el fuego de día y noche. No era licito
alimentar ese fuego con cualquier clase de madera, este fuego debía conservarse
siempre puro.
Había un día del año, que para los romanos era el 1 de mayo en que cada
familia tenia que extender su fuego sagrado y encender otro inmediatamente,
pero para obtener el nuevo fuego era preciso observar escrupulosamente algunos
ritos. El fuego tenia algo de divino, se le adoraba, se le rendía un verdadero
culto.
Jamas salía el hombre sin dirigir una oración a su hogar; al regreso
antes de ver a su mujer y de abrazar a sus hijos debía inclinarse ante el hogar
e invocarlo, el fuego del hogar era pues la providencia de la familia.
El culto del fuego sagrado no solo pertenecía Grecia y Roma, sino que
también se encontraba en oriente, entre los indos suele llamarse agni.
El hombre culpable no podía acercarse a su hogar, hasta que se
purificara de la mancha.
El nombre del fuego sagrado fue personificado con el nombre de Vesta. Se
represento a esta divinidad con rasgos de mujer, porque la palabra con que se
designo al altar era de genero femenino. Vesta fue la diosa virgen, que no
representaba en el mundo la fecundidad ni el poder, fue el orden, pero no el
orden rigurosos, abstracto, la ley imperiosa y fatal, que se advirtió muy
pronto en los fenómenos de naturaleza física.
Lares o héroes no eran otra cosa que el alma de los muertos, a la que el
hombre imponía un poder sobrehumano y divino. El recuerdo de uno de estos
muertos sagrados estaba ligado siempre al hogar. Dorando a uno no podía
olvidarse al otro. Era costumbre muy antigua enterrar a los muertos en las
casas.
Se puede pensar que el hogar domestico solo fue, en su origen, el
símbolo del culto de los muertos, que bajo la piedra del hogar descansaba un
antepasado, que el fuego se encendía allí para honrarle y, que este fuego
parecía conservar en el la vida o representaba a su alma siempre vigilante.
Esto solo es una conjetura.
CAPITULO IV
LA RELIGIÓN DOMESTICA
Desde hace muchos años el hombre solo admite una doctrina religiosa
mediante dos condiciones: que le anuncie un dios único, y que se dirigía a todos
los hombres y a todos sea accesible sin rechazar sistemáticamente ninguna clase
ni raza.
En esta religión primitiva cada dios solo podía ser adorado por una
familia. La religión era puramente domestica. Una de las reglas de aquel culto,
era que cada familia solo podía rendir culto a los muertos que le pertenecían
por la sangre, por eso la ley prohibía que un extranjero se acercase a una
tumba, tocar con el pie, aun por descuido una sepultura era un acto impío.
En Grecia y Roma así como en la India, el hijo tenia el deber de hacer
las libaciones y sacrificio a los manes de sus padres y de todos los abuelos.
Entre los vivos y los muertos de cada familia existía un cambio perpetuo
de buenos oficios. El muerto no podía prescindir del vivo, ni este del muerto.
Cada familia tenia su tumba, donde los muertos descansaban en su tumba
unos al lado de otros, siempre juntos. El culto no era publico, al contrario
las ceremonias solo se celebraban por los miembros de la familia.
Para esta religión domestica, no había reglas uniforme, ni ritual común.
Cada familia poseía la mas completa independencia. Ningún poder exterior tenia
el poder de regular su culto o su creencia. No existía otro sacerdote que el
padre.
Esta religión solo podía propagarse por la generación. La religión
domestica solo se propasaba de varón en varón.
LIBRO II
LA FAMILIA
CAPITULO I
La religión ha sido el principio constitutivo de la familia
antigua. En ciertos días, cada cual determinado por su religión domestica.
Los vivos se reúnen cerca de los antepasados. Les llevan la comida fúnebre, les
vierten la leche y el vino, depositan las tortas y frutas o queman en su
obsequio la carne de una víctima. A cambio de estas ofrendas, solicitan su
protección, les llaman sus dioses y les piden que den fertilidad al campo,
prosperidad a la casa, virtud a los corazones.
El principio de la familia antigua no radica en la generación
exclusivamente. El principio de la familia tampoco consiste en el afecto
natural, pues el derecho romano y el griego no tienen para nada en cuenta ese
sentimiento.
El fundamento de la familia romana, han creído que ese fundamento debía
encontrarse en el poder paternal o marital. Lo que une a los miembros de la
familia antigua, es la religión del hogar y los antepasados.
Una familia era un grupo de personas al que la religión permitía invocar
al mismo hogar y ofrecer la comida fúnebre a los mismos antepasados.
CAPITULO II
EL MATRIMONIO
El matrimonio es pues, un acto grave para la joven, y no menos grave
para el esposo, pues esta religión exige que se haya nacido cerca del hogar
para tener el derecho de sacrificarle, y sin embargo va introducir cerca de su
hogar a una extraña.
El matrimonio era la ceremonia santa que había de producir esos grandes
efectos. La religión con que se consumaba el matrimonio no era la de Júpiter o
la de Juno, o la de otros dioses del olimpo. La ceremonia no se realizaba en el
templo, sino en la casa, y la presidía el dios domestico.
La ceremonia entre los griegos se componía, por decirlo así de tres
actos: ante el hogar del padre, en el hogar del marido y en el transito de uno
a otro. El matrimonio romano se parece mucho al griego y como este comprendía
tres actos: traditio, deductio in domun, confarreatio. La
joven abandona el hogar paterno, se conduce a esta a la casa del esposo, se
canta en torno a ella un antiguo himno religioso, el cortejo se detiene ante la
casa del marido, allí se presenta a la joven el agua y el fuego; luego se
conduce a la esposa ante el hogar donde se encuentran las imágenes de los
antepasados. Comen juntos una torta de flor de harina, es lo que realiza la
unión santa entre los esposos. El matrimonio ha sido para ella como un segundo
nacimiento.
Esta religión no acepta la poligamia, haciéndolo indisoluble y el
divorcio casi imposible. El derecho romano permitía fácilmente disolver el
matrimonio por coemptio pero el religioso era muy difícil. El
efecto de la conferatio solo podía ser destruido por la differratio.
CAPITULO III
DE LA CONTINUIDAD DE LA FAMILIA;
CELIBATO PROHIBIDO; DIVORCIO EN CASO DE ESTERILIDAD; DESIGUALDAD ENTRE HIJO Y
LA HIJA
Las creencias
referentes a los muertos y al culto que se les debía han constituido la familia
antigua y le han dado la mayoría de sus reglas. La regla de que cada familia
debía de perpetuarse siempre, los muertos necesitaban que su familia nunca se
extinguiese. La extinción de la una familia produce la ruina en la religión de
esta.
La ley encargaba en Atenas al primer magistrado de que ninguna familia
se extinguiese, también la ley romana se mostraba atenta a no dejar caer ningún
culto domestico. Una familia que se extingue es un culto que muere. El gran
interés de la vida humana era continuar la descendencia para continuar el
culto, en virtud de estas opiniones, el celibato era una grave impiedad y una
desgracia. Apenas hubo leyes y declararon que el celibato era cosa mala y
punible. Cuando las leyes dejaron de prohibir el celibato, no por eso dejo de
estarlo por las costumbres.
El hijo que había de perpetuar la religión domestica debía ser el fruto
de un matrimonio religioso. El matrimonio era pues obligatorio
El efecto del matrimonio a los ojos de la religión y de las leyes era
unir a dos seres en un mismo culto domestico para hacer nacer un tercero que
fuese apto para continuar ese culto. Si el matrimonio solo había sido efectuado
para perpetuar la familia, parecería justo que pudiera disolverse si la mujer
era estéril. Si un matrimonio resultaba estéril por causa del marido, no era
menos necesario que la familia continuase, entonces su hermano o algún pariente
del marido debía de sustituirlo.
El nacimiento de una hija no realizaba el objeto del matrimonio, En
efecto la hija no podía continuar el culto, pues el día que se casaba
renunciaba a la familia y al culto de su padre. Era pues el hijo a quien
esperaba el que era necesario. El ingreso de este hijo a la familia se señalaba
con un acto religioso.
CAPITULO IV
DE LA ADOPCIÓN Y
LA EMANCIPACIÓN
El deber de perpetuar el culto ha sido el principio del derecho de
adopción entre los amigos. “A aquel a quien la naturaleza no ha concebido hijos
puede adoptar uno para que no cesen las ceremonias fúnebres”. Teniendo su razón
de ser la adopción solo en la necesidad de prevenir que el culto se extinguiese
siguiese que nada, estaba permitida al que no tuviese hijos.
Cuando se adoptaba a un hijo era preciso, ante todo, iniciarlo en el
culto, por eso se realizaba la adopción con una ceremonia sagrada que parece
ser muy semejante a la que marcaba el nacimiento de un hijo.
A la adopción correspondía como correlativo la emancipación. Para que un
hijo pudiera entrar a una nueva familia, era de todo punto preciso haber salido
de la antigua.
CAPITULO V
DEL PARENTESCO QUE LOS ROMANOS
LLAMABAN AGNACIÓN
Platón dice que el parentesco es la comunidad de los mismos dioses
domésticos. No se podía ser pariente por línea de las mujeres, la mujer no
trasmitía la existencia ni el culto. El principio del parentesco no radicaba en
el acto material del nacimiento, sino del mismo culto.
Así como la religión solo se trasmitía de varón en varón, así esta
atestiguado por todos los jurisconsultos antiguos que dos hombres no podían ser
agnados entre sí, a menos que, remontándose siempre de varón en varón,
resultase que tuviese antepasados comunes. La regla para la agnación era pues
la misma que para el culto.
El lazo de sangre no basta para establecer este parentesco, se necesita
el lazo de culto, la religión determinaba el parentesco. A medida que esta
antigua religión se debilitaba, la voz de la sangre comenzó a hablar mas alto,
y el parentesco por el derecho fue reconocido por el derecho. Los romanos lo
llamaron cognatio.
CAPITULO VI
EL DERECHO DE LA PROPIEDAD
Se sabe que algunas razas nunca llegaron a establecer la propiedad
privada, que otras lo lograron después de mucho tiempo y trabajo. Entre los
antiguos germanos - según algunos autores - la tierra no pertenecía a nadie.
Al contrario, las poblaciones de Grecia e Italia, desde la más remota
antigüedad han practicado la propiedad privada. Ningún recuerdo histórico ha
quedado de que la tierra haya sido común.
Parece ser que entre los griegos, el concepto del derecho de propiedad
siguió una marcha completamente opuesta a la que parece natura. No se aplico a
la cosecha primero, y al suelo después, se siguió el orden inverso.
La idea de la propiedad privada estaba implicada en la religión misma.
Cada familia tenia su hogar y sus antepasados, esos dioses solo podían ser
adorados por ella, solo a ella protegían, era su propiedad.
Un mismo muro no puede ser común a dos familias, pues entonces habría
desaparecido el recinto sagrado de los dioses domésticos. En roma la ley fija
en dos pies y medio la anchura del espacio libre que debe separar siempre a dos
casas, y este espacio queda consagrado al dios del recinto.
La familia poseía pues, una tumba común, donde sus miembros, uno tras
otro, habían de reposar. La regla era la misma para esa tumba que para el
hogar. Así como las casas no debían estar contiguas, las tumbas tampoco, sino
que cada una tenia un cerco aislante. He aquí, pues, una parte de la tierra
que, en nombre de la religión, se convierte en un objeto de propiedad perpetuo
para cada familia. La sepultura había establecido la unión indisoluble de la
familia con la tierra, es decir, la propiedad.
En la mayoría de las sociedades primitivas, la propiedad había sido
establecida por la religión. Resulta bastante evidente que la propiedad privada
era una institución que no podía prescindir la religión domestica. No fueron
las leyes las que garantizaron al comienzo el derecho de la propiedad, fue la
religión. Cada dominio se encontraba bajo las miradas de los dioses domésticos
que velaban por él. Para usurpar el campo de una familia era preciso derribar o
trasladar el limite, ahora bien, este limite era un dios. EL sacrilegio era
horrendo y el castigo severo.
De todas estas creencias, de todos estos usos, de todas estas leyes,
resulta claramente que es la religión domestica la que ha enseñado al hombre a
apropiarse de la tierra y le ha garantizado su derecho sobre de ella.
Compréndese sin gran trabajo que el derecho de propiedad, así concebido
y establecido, haya sido mucho más completo y absoluto en sus efectos a lo que
el presente pueda serlo en nuestras sociedades modernas, que lo fundan en otros
principios.
Solo conocemos el derecho romano a contar de las doce tablas, es
evidente que en esta época estaba permitida la venta de la propiedad, pero hay
razones para creer que en la primera etapa de Roma la tierra era inalienable
como en Grecia. En fin se permitió vender el dominio, pero también para eso se
necesitaban las formalidades de la religión.
CAPITULO VII
EL DERECHO DE SUCESIÓN
Habiéndose establecido el derecho de propiedad para la realización de un
culto hereditario no era posible que ese derecho se extinguiese por la corta
existencia del individuo. El hombre muere, el culto permanece, el hogar no debe
extinguirse ni la tumba abandonarse. Prosiguiendo la religión domestica, el
derecho de propiedad debe continuar con ella.
Dos cosas están ligada estrechamente en las creencias como en las leyes
de los antiguos: el culto de una familia y la propiedad de la misma. La persona
que hereda, sea quien sea, esta encargada de hacer las ofrendas sobre la tumba.
Siendo la religión domestica como ya hemos visto, hereditaria de varón
en varón, la propiedad también lo es. El hijo hereda, pero la hija no, en el
derecho romano, la hija no hereda del padre si se casa, en el griego de ninguna
manera. La hija no es apta para continuar la religión paterna, pues que se
casa, y al casarse renuncia al culto del padre para adoptar el del esposo. Si
un padre dejase sus bienes a la hija, las propiedades se separarían del culto,
y esto es inadmisible. La religión le prohibe heredar de su padre.
Si no en las leyes, había al menos en la practica y en las costumbres
una serie de dificultades opuestas a que la hija fuese tan completamente
propietaria de su parte de patrimonio como el hijo lo era de la suya. Si era
heredera, solo provisionalmente lo era, con ciertas condiciones, casi con mero
usufructo.
Es verdad que los hombres encontraron muy pronto un giro para conciliar
la prescripción religiosa, que prohibía heredar a la hija, con el sentimiento
natural, que aconsejaba que pudiera gozar de la fortuna paterna. Esto es
notable en el derecho griego. La legislación ateniense propendía
manifiestamente a que la hija imposibilitada de ser heredera, se casase al
menos con el heredero.
Si el padre solo tenia una hija, podía adoptar a un hijo y darlo a la
hija como esposo. También podía instituir por testamento un heredero que se
casase con su hija.
La necesidad de satisfacer a la religión, combinada con el deseo de
salvar los intereses de una hija única, fue causa de que encontrase otro giro.
Si un hombre moría sin hijos, para saber cual era el heredero de sus
bienes, no había mas que buscar al continuador del culto.
Estos principios regulaban el orden de sucesión. Si un hombre perdía a
su hijo ya su hija, y solo dejaba nietos, el hijo de su hijo heredaba, pero no
el hijo de su hija. A falta de descendientes, tenían por heredero a su hermano,
no a su hermana; al hijo de su hermano, no al hijo de su hermana. A falta de
hermanos y sobrinos, era necesario remontarse en la serie de los ascendientes del
difunto, siempre en línea masculina, hasta que se encontrase una rama que se
hubiese desprendido de la familia por un varón, luego se descendía por esta
rama de varón en varón, hasta encontrar a un hombre vivo, este era el heredero.
He aquí la ley de Atenas, “si un hermano muere sin un hijo, hereda el
hermano del difunto, con tal que sea hermano consanguíneo, en su defecto el
hijo del hermano, pues la descendencia pasa siempre a los varones y a los
descendientes de los varones.
Las doce tablas también decidían que si un hombre moría sin heredero de
si mismo, la sucesión pertenecía al más próximo agnado. Ya hemos visto que
nunca podía ser agnado por las mujeres. El antiguo derecho romano aun
especificaba que el sobrino heredaba del patruus, es decir del
hermano de su padre, y no del avunculus, el hermano de su
madre.
Respecto a los efectos de la emancipación y de la adopción, estos
representaban en el hombre un cambio de culto, también en esto el derecho
antiguo se conformaba a las reglas religiosas. El hijo excluido del culto
paterno por la emancipación también estaba excluido de la herencia, el extraño
asociado al culto de la familia por la adopción se trocaba hijo, y continuaba
el culto y heredaba los bienes.
Como era contrario en la religión que un mismo hombre profesase dos
cultos domésticos, tampoco podía heredar de dos familias, así que el hijo
adoptivo que heredaba de la familia adoptante no heredaba de su familia
natural.
Al principio el testamento no era conocido. El derecho de testar, es
decir, de disponer de sus bienes tras la muerte para transferirlos a otro
distinto del heredero natural, estaba en oposición con las creencias
religiosas, que eran el fundamento del derecho de propiedad y del derecho de
sucesión.
El antiguo derecho indio no conocía el testamento. El derecho ateniense
lo prohibió de un modo absoluto hasta Solón, y aun este solo lo permitió a los
que no dejaban hijos.
Las doce tablas autorizan el testamento, pero el fragmento referente a
este particular es muy corto y a todas luces incompleto para que podamos
felicitarnos de conocer las verdaderas disposiciones del legislador en esta
materia.
Respecto a la antigua indivisión del patrimonio, en esas remotas épocas
se advierte una institución que ha debido reinar mucho tiempo, que ha ejercido
considerable influencia en la constitución futura de las sociedades, y sin la
cual no podría explicarse esta constitución. Tal es la indivisión del
patrimonio con una especie de derecho de primogenitura. El primogénito tenia el
privilegio, después de la muerte del padre, de presidir todas las ceremonias
del culto domestico. Solo el primogénito heredaba los bienes.
El primogénito toma posesión del patrimonio entero, y los demás hermanos
viven bajo su autoridad como vivían bajo la del padre. El primogénito satisface
la deuda con los antepasados, debe pues, tenerlo todo.
Por lo que a Roma respecta, ninguna ley encontramos que se refiera al
derecho de primogenitura. Pero no debe concluirse de esto que haya sido
desconocido en la antigua Italia. El derecho de primogenitura no consistía en
la expoliación de los segundones para favorecer al hermano mayor.
CAPITULO VIII
LA AUTORIDAD EN LA FAMILIA
La familia no ha recibido sus leyes de la ciudad. El derecho antiguo no
es obra de un legislador, al contraigo se ha impuesto al legislador. Es en la
familia en donde se ha encontrado su origen. El padre es el primero junto al
hogar, él lo enciende, y él es el pontífice.
La religión no coloca a la mujer en tan elevado rango. El derecho
griego, el derecho romano, el derecho indio, que proceden de estas creencias
religiosas, están acordes en considerar a la mujer siempre como una menor. La
autoridad del marido sobre la mujer no resultaba de ningún modo de la mayor
fuerza del primero. Como todo el derecho privado, se deriva de las creencias
religiosas que colocaban al hombre en superior condición que a la mujer.
En el rigor del derecho primitivo, los hijos permanecen ligados al hogar
del padre y, por consecuencia, sometidos a su autoridad mientras vive, son
menores. Gracias a la religión domestica, la familia era un pequeño cuerpo
organizado, una pequeña sociedad con su jefe y su gobierno.
Los derechos que componían al poder paternal, eran numerosisimos y podan
clasificarse en tres categoría, según se considera al padre de familia como
jefe religioso, como dueño de la propiedad o como juez:
1)El padre es el jefe supremo de la religion domestica, el regula todas
las ceremonias del culto, de aquí se deriva toda una serie de derechos: derecho
de reconocer o rechazar al hijo cuando nace, derecho de repudiar a la mujer,
derecho de casar a la hija, derecho de casar al hijo, derecho de emancipar,
derecho de adoptar, derecho de designar en visperas de morir un tutora la mujer
y a los hijos.
2) Solo podía haber un propietario en cada familia, que era la familia
misma, y un usufructuario (el padre); la propiedad no podía dividirse, y,
descansando integra en el padre, ni la mujer ni el hijo poseían nada como propio.
En el derecho romano se ve y también se encuentra en las leyes de Atenas, que
el padre podía vender a su propio hijo.
3) La mujer y el hijo no podían ser demandantes, ni defensores, ni
acusadores, ni acusados, ni testigos. Entre toda la familia, solo el padre
podía comparecer ante el tribunal de la ciudad, la justicia publica solo para
el existía, por eso era responsable por los delitos cometidos por los suyos.
Este derecho de justicia que el jefe de familia ejercía en su casa era completo
y sin apelación.
CAPITULO IX
LA ANTIGUA MORAL DE LA FAMILIA
La historia no estudia solamente los hechos materiales y las
instituciones, su verdadero objeto de estudio es el alma humana, debe aspirar a
conocer lo que esta alma ha creído, ha pensado, ha sentido, en las diferentes
edades del genero humano.
La religión de estas primeras edades era exclusivamente domestica, la
moral también lo era. En esta religión del hogar, el hombre jamas implora a la
divinidad a favor de otros hombres, solo lo invoca por si y por los suyos. Esta
religión conoce la misericordia, pose ritos para borrar las manchas del alma
por estrecha y grosera que sea, sabe consolar al hombre hasta de sus propias
faltas. Esta misma religión vela cuidadosamente por la pureza de la familia.
Considera que la más grave falta que puede cometerse es el adulterio. Otra
regla es que la tumba solo contenga a los miembros de la familia.
Esta moral domestica aun prescribe otros deberes. Dice a la esposa que
debe obedecer, al marido que debe mandar. Enseña a ambos que deben respetarse
mutuamente. Entre los romanos la presencia de la mujer es tan necesaria en el
sacrificio, que el sacerdote pierde el sacerdocio en cuanto queda viudo.
Pero el hijo también desempeña su papel en el culto, realiza una función
en las ceremonias religiosas, su presencia es tan necesaria en ciertos días,
que el romano sin hijos se ve obligado a aceptar a uno ficticiamente para esos
días, a fin de que los ritos puedan celebrarse. Puede suponerse lo que estas
creencias inspiraban de respeto y afecto recíprocos en la familia.
La antigua moral regulada por las antiguas creencias, ignoraba la
caridad, pero enseñaba cuando menos las virtudes domesticas. El aislamiento de
la familia fue en esta raza el principio de la moral.
CAPITULO X
LA "GENS" EN ROMA Y GRECIA
La gens formaba un cuerpo cuya constitución era
perfectamente aristocrática, gracias a su organización interior, los patricios
de Roma y los eupatrides de Atenas perpetuaron por mucho tiempo sus
privilegios.Los plebeyos de Roma idearon la formación de gentes a imitación de
los patricios; en Atenas se intento trastornar a los eupatrides, de fundirlos
entre sí y de remplazarlos por los demos, establecidos estos a
la imagen de aquellos.En Roma como en Atenas había gentes, cada gens tenia un
culto especial. En Grecia se reconocía a los miembros de una misma gens en que
realizaban sacrificios en común desde una época muy remota.También en Roma cada
gens tenia que realizar algunos actos religiosos, este culto tenia que
perpetuarse de generación en generación, y era un deber dejar tras de sí hijos
que lo continuasen.Los dioses de la gens, solo la protegían a ella y solo por
ella querían ser invocados. Ningún extraño podía ser admitido en las ceremonias
religiosas, así cada gens tenia su culto y sus fiestas religiosas, también
tenían su tumba común.El antiguo derecho de Roma considera a los miembros de
una misma gens como aptos para heredarse mutuamente. No había lazo mas estrecho
que el que ligaba a los miembros de una gens. También en Grecia cada gens tenia
su jefe.La gens no es otra cosa que la similitud del nombre. Según otros, la
gens solo es la expresión de una relación entre una familia que ejerce el
patronato y otras familias que son clientes. El carácter de mas relieve y mejor
constatado de la gens es que tienen un culto propio. Si la gens adoraba en
común a un antepasado, es que sinceramente creía descender de el. Todo nos
presenta a la gens como unida por un lazo de nacimiento.Se puede, pues,
entrever un largo periodo durante el cual los hombres no han conocido otra
forma de sociedad que la familia. Entonces se produjo la religión domestica,
que no hubiese podido nacer en una sociedad de otro modo constituida, y que aun
han debido ser, durante mucho tiempo, un obstáculo para el desarrollo social.
También entonces se estableció el antiguo derecho privado, que más tarde se
encontró en desacuerdo con los intereses de una sociedad ya algo extensa, pero
que estaba en perfecta armonía con el estado de la sociedad en que nació.Hay
otro elemento que entro en la composición de esa familia antigua, la reciproca
necesidad que el pobre tiene del rico y el rico del pobre creó a los
servidores. Es necesario que el servidor se convierta por cualquier medio en
integrante de esa familia. A esto se llega por una especie de iniciación del
recién venido al culto domestico.Mas, por lo mismo que el servidor adquiría el
culto y el derecho de orar, perdía su libertad. Su amo podía hacerlo salir de
la baja servidumbre y tratarlo como hombre libre. Pero el servidor no salía por
eso de la familia. Como a ella estaba ligada por el culto, no podía separarse
por impiedad. Con el nombre de liberto o el de cliente, seguía
reconociendo la autoridad del jefe o patrono y no cesaba de tener relaciones
con deber a el.La clientela es un lazo sagrado que la religión ha formado y que
nada puede romper, una vez cliente de una familia, ya no es posible desligarse
de ella.De todo esto se deduce que la familia de los más remotos tiempos con su
rama principal y sus ramas secundaria, con sus servidores y sus clientes, podía
formar un grupo de hombres muy numeroso.
LIBRO II
LA FRATRIA Y LA CURIA
CAPITULO I
LA TRIBU
La religión doméstica prohibía que dos se mezclaran y se identificaran.
Pero era posible que varias familias, sin sacrificar nada de su religión
particular, se uniesen al menos para la celebración de otro culto que les fuese
común. Esto es lo que ocurrió. Cierto número de familias formaron un grupo que
la lengua griega llamó fratría y la lengua latina curia. En el momento de
unirse, estas familias concibieron una divinidad superior a sus divinidades
domésticas, divinidad común a todas y que velaba sobre el grupo entero. No
había curia ni fratría sin altar y sin dios protector.
La tribu, tenía un tribunal y un derecho de Justicia sobre sus miembros.
Por lo que nos queda de las instituciones de la tribu, se ve que en su origen
estuvo constituida para ser una sociedad independiente, y como si no hubiese
tenido ningún poder social superior.
CAPITULO II
NUEVAS CREENCIAS RELIGIOSAS
La religión de los muertos permaneció siempre inmutable en sus
prácticas, mientras que sus dogmas se extinguían poco a poco, la otra, la de la
naturaleza física, fue más progresiva y se desarrollo libremente a través de
las edades, cada hombre solo adoraba a un número muy restringido de
divinidades. La primera aparición de estas creencias pertenece a una época en
que os hombres aún vivían en el estado de familia, estos nuevos dioses tuvieron
al principio como los demonios, los héroes y los lares, el carácter de
divinidades domésticas. Se necesito mucho tiempo antes de que esos dioses
salieren del seno de las familias que los habían concebido y los consideraban
como su patrimonio. A medida que esta nueva religión iba en progreso, la
sociedad debió agrandarse.
CAPITULO III
LA CIUDAD SE FORMA
Varias fratrías se habían unido en una tribu, varias tribus pudieron
asociarse entre si, a condición de respetarse el culto de cada cual. El día en
que se celebró esta alianza, existió la ciudad.
Cuando un jefe salía de una ciudad ya constituida para fundar otra,
ordinariamente sólo llevaba un pequeño número de conciudadanos, a los que se
incorporaban muchos otros que procedían de diversos lugares y aun podían
pertenecer a ciertas razas. Pero este jefe siempre constituía el nuevo Estado a
imagen y semejanza del que acababa de dejar. En consecuencia, dividía su pueblo
en tribus y fratrías.
CAPITULO IV
LA URBE
Ciudad y Urbe, no eran palabras sinónimos entre los antiguos. La ciudad
era la asociación religiosa y política de las familias y de las tribus; la urbe
era el lugar de reunión, domicilio y sobre todo, el santuario de esta
asociación. Fundábase la urbe de un solo golpe; totalmente terminada en un día.
Pero era preciso que antes estuviese constituida la ciudad, que era la obra más
difícil y ordinariamente la mas larga. La fundación de una urbe era siempre un
acto religioso.
CAPITULO V
EL CULTO FUNDADOR; LA LEYENDA DE
ENEAS
Cada ciudad adoraba al que la había fundado. El fundador se recordaba
cada año en las ceremonias sagradas. Eneas había fundado a Lavinio, de donde
procedían los albanos y los romanos, y que por consecuencia, era considerado
como el primer fundador de Roma. Sobre el se estableció un conjunto de
tradiciones y recuerdos. Virgilio se apoderó de ese tema y escribió el poema
nacional de la ciudad de romana. La llegada de Eneas, o mejor, el traslado de
los dioses de Troya a Italia, es el tema de la Eneida. El poeta canta a ese
hombre que surca los mares para fundar una ciudad y llevar sus dioses al Lacio.
CAPITULO VI
LOS DIOSES DE LA CIUDAD
Una ciudad era como una pequeña iglesia, con sus dioses, sus dogmas y su
culto. Tenían su cuerpo de sacerdotes que no dependía de ninguna autoridad
extraña, tenían libros litúrgicos, y cada ciudad tenía su colección de
oraciones y de prácticas. Así la religión era completamente local y civil,
tomando este ultimo nombre en su antiguo sentido, es decir, especial a cada
ciudad. En general, el hombre sólo conocía a los dioses de su ciudad y sólo a
ellos honraba y respetaba.
CAPITULO VII
LA RELIGIÓN DE LA CIUDAD
LAS COMIDAS PUBLICAS.
La principal ceremonia de culto doméstico era una comida, que se
denominaba sacrificio. La principal ceremonia del culto de la ciudad también
era una comida de esta naturaleza, que había de realizarse en común, por todos
los ciudadanos, en honor a las divinidades protectoras. Esto estaba tan vigente
tanto en Grecia como en Italia.
LAS FIESTAS Y EL CALENDRIO.
Todo lo que era sagrado daba lugar a una fiesta, existía la fiesta del
recinto de la ciudad, amburbalia; la de los límites del
territorio ambarvalia.
Lo que caracterizaba estas fiestas religiosas era la prohibición de
trabajar, y la prohibición de hacer el mal, la obligación de estar alegres, el
canto y los juegos públicos.
El calendario estaba regulado por las leyes de la religión. Que
únicamente los sacerdotes conocían. Cada ciudad contaba sus años de una forma
diferente.
CAPITULO VIII
LOS RITUALES Y LOS ANALES
A veces , el ritual estaba escrito en tabletas de madera; a veces, en
tela,, Roma tenía sus libros de pontífices, sus libros de augures, su libro de
ceremonias, y su colección de Indigitamenta. La historia de la ciudad decía al
ciudadano todo lo que debía creer y todo lo que debía adorar. Por eso la
historia era escrita por los sacerdotes. Roma tenía los anales de los
pontífices. Al lado de los anales había también documentos escritos y
auténticos, una tradición oral que se perpetuaba en el pueblo de cada ciudad.
CAPITULO IX
GOBIERNO DE LA CIUDAD. EL REY
El sacerdote del hogar público ostentaba el nombre del rey. En ocasiones
le daban otros títulos, este es principalmente el jefe del culto: el conserva
el hogar, hace el sacrificio y pronuncia la oración, preside las comidas
religiosas. La tradición siempre los representa como sacerdotes, a estos
reyes-sacerdotes se les entronizaba con un ceremonial religioso.
CAPITULO X
EL MAGISTRADO
El magistrado remplazó al rey, fue como él, un sacerdote al mismo tiempo
que un jefe político. No había ningún magistrado que no tuviese que realizar
algún acto sagrado. Los tribunos de la plebe eran los únicos que no tenían que
realizar ningún sacrificio.
Las magistraturas romanas, que cierto sentido fueron miembros
sucesivamente desgajados del consu8lado, reunieron como éste atribuciones
sacerdotales y atribuciones políticas.
CAPITULO XI
LA LEY
Entre los griegos y los romanos, como entre los indos, la ley fue al
principio una parte de la religión. En Roma era una verdad reconocida que no se
podía ser buen pontífice si se desconocía el derecho. A la ley antigua no se le
discute, se impone; es una obra de autoridad: los hombres la obedecen porque
tienen fe en ella.
El derecho sólo era un aspecto de la religión. Sin religión común, no
había ley común.
DE LA OMNIPOTENCIA DEL ESTADO; LOS ANTIGUOS NO CONOCIERON LA LIBERTAD
INDIVIDUAL.
La ciudad se había fundado sobre una religión y se había constituido
como una iglesia. De ahí su fuerza, su omnipotencia y el imperio absoluto que
ejercía sobre sus miembros.
El ciudadano estaba sometido en todas las cosas y sin ninguna reserva a
la ciudad: le pertenecía todo entero.
Nada había en el hombre que fuese independiente. Su cuerpo pertenecía al
estaba y estaba consagrado a la defensa del mismo.
En roma, el servicio militar estaba obligado hasta los cuarenta y seis
años; En Atenas y Esparta, toda la vida.
LIBRO IV
LAS REVOLUCIONES
CAPITULO I
PATRICIOS Y CLIENTES
La ciudad antigua, como cualquier sociedad humana, presentaba rangos,
diferencias y desigualdades. La historia de Roma esta llena de lucha entre los
patricios y el pueblo, lucha que se encuentra en todas las ciudades sabinas,
latinas y etruscas. La autoridad del padre marca el principio de la
desigualdad. En la familia después de varias generaciones se forman ramas
segundonas, y se encuentran, en un estado de inferioridad con respecto a la
rama primogénita. El cliente esta por debajo de las ramas segundonas.
La distinción entre estas dos clases es manifiesta en lo que concierne a
los intereses materiales. La distinción es todavía más manifiesta en la
religión. Solo el descendiente de un pater puede practicar las ceremonias del
culto de la familia.
CAPITULO II
LOS PLEBEYOS
Es necesario indicar ahora otro elemento de población que estaba por
debajo de los mismos clientes, y que, intimó en su origen, adquirió
insensiblemente la fuerza suficiente para romper la antigua organización
social, esta clase se hizo en roma más numerosa que en cualquier otra ciudad,
recibía allí el nombre de la plebe, no formaba parte de lo que se llamaba el
pueblo romano. Estos no tienen culto, el matrimonio sagrado no existía para
ellos, no hay familia, ni autoridad paterna, no tienen derecho de propiedad, no
tienen derechos políticos, etc.
CAPITULO III
PRIMERA REVOLUCIÓN
El poder en el estado se reunía en manos del rey, los jefes de las
familias, los paters, y por encima de ellos, los jefes de las fratrías y de las
tribus, formaron al lado del rey una aristocracia fortísima. El rey no era el
único rey; cada pater lo era en su gens.
Los reyes querían ser poderosos , y los padres no querían que lo fueran,
La lucha se entabló pues, en todas las ciudades entre la aristocracia y los
reyes. En todas partes fue idéntico el resultado de la lucha: la realeza quedo
vencida. Pero no se debe olvidar que esta realeza primitiva era sagrada. Por lo
que se conservó, pero despojada de su poder, ya no fue más que un sacerdocio.
CAPITULO IV
LA ARISTOCRACIA GOBIERNA LAS CIUDADES
La misma revolución, bajo formas ligeramente variadas, se realizo en
Atenas, en Esparta, en Roma, en todas partes fue obra de la aristocracia; en
todas tuvo por efecto suprimir la realeza política, dejando subsistir la
realeza religiosa. El gobierno de la ciudad perteneció a la aristocracia. La
aristocracia estaba fundada en el nacimiento y , al mismo tiempo, en la
religión. Tenía su principio en la constitución religiosa de las familias.
CAPITULO V
SEGUNDA REVOLUCIÓN;CAMBIOS EN LA CONSTITUCIÓN
DE LA FAMILIA; DESAPARECE EL DERECHO DE PRIMOGENITURA;
SE DESMIEMBRA LA "GENS"
La revolución que derribó a la raleza, más que cambiar la constitución
de la sociedad, modificó la forma exterior del gobierno. Esa revolución, fue
obra de la aristocracia, que deseaba su conservación. La aristocracia hizo una
revolución política sólo para evitar una revolución social y doméstica. La
regla de indivisión que dio fuerza a la familia antigua fue abandonad
paulatinamente. El derecho de primogenitura, condición de su unidad,
desapareció. Considerable revolución que empezó a transformar a la sociedad.
Esta desmembración de la gens tuvo grandes consecuencias. La antigua
familia sacerdotal, que había formado un grupo compacto, fuertemente
constituido, poderoso, quedo por siempre relajada. Esta revolución preparó e
hizo más fáciles otros cambios.
CAPITULO VI
LOS CLIENTES SE EMANCIPAN
He aquí otra revolución cuya fecha no puede indicarse , pero que con
toda seguridad ha modificado la constitución de la familia y de la sociedad
misma. Los servidores o clientes aspiran a emanciparse.
En los orígenes de roma hubo clientes. Hay alguien que se parece más al
antiguo cliente: el liberto., no de otra manera que en los primeros tiempos de
roma, hacia el final de la república, cuando alguno salía de la servidumbre, no
se convierte inmediatamente en hombre libre y ciudadano. Queda sometido al amo.
Antes se le denominaba cliente ahora liberto, solo el nombre ha cambiado. El
liberto queda incorporado a la familia, depende de su patrono, el cual tiene el
derecho de justicia sobre su liberto.
CAPITULO VII
TERCERA REVOLUCIÓN; LA PLEBE
INGRESA A LA CIUDAD
ATENAS:
Los eupatridas, después de derribar a la realeza, gobernaron en Atenas
durante cuatro siglos. La historia permanece muda acerca de esta larga
dominación: solo una cosa se sabe, y es que fue odiosa a las clases inferiores,
y que el pueblo se esforzó por librarse de ese régimen, Sólon hizo una reforma
que consumo Clístenes, en la cual remplazaba las 4 antiguas tribus por otras 10
(nuevas), el molde de la antigua sociedad estaba roto y se formaba un nuevo
cuerpo social.
CAPITULO VIII
CAMBIOS EN EL DERECHO PRIVADO;
EL CÓDIGO DE LAS XII TABLAS; EL CÓDIGO DE SOLÓN
No pertenece a la naturaleza del derecho ser absoluto e inmutable; se
modifica y se transforma como toda obra humana. Cada sociedad tiene su derecho,
que se forma y se desenvuelve con ella, que cambia como ella, y que, en fin,
sigue siempre el movimiento de sus instituciones, de sus costumbres y de sus
creencias.
LIBRO V
DESAPARECE
EL RÉGIMEN MUNICIPAL
CAPITULO I
NUEVAS CREENCIAS; LA FILOSOFÍA CAMBIA
LAS REGLAS DE LA POLÍTICA
La Ruina del régimen político, que Grecia e Italia habían creado, puede
referirse a dos causas principales. Unas pertenece al orden de los hechos
morales e intelectuales; la otra, al orden de los hechos materiales; la primera
es la transformación de las creencias; la segunda es la conquista romana. La
religión primitiva, se alteró con el tiempo y envejeció. Se comenzó a tener la
idea de la naturaleza inmaterial; la noción del alma humana se precisó, y casi
al mismo tiempo en el espíritu la de una inteligencia divina.
Enseñaban a los griegos que para gobernar, era necesario persuadir a los
hombres y actuar sobre voluntades libres. Despierta así la reflexión, el hombre
dudo de la justicia de sus antiguas leyes sociales, y aparecieron otros
principios, fue entonces cuando empezó a comprenderse que existen otros deberes
que los deberes que hacía el estado, y otras virtudes que la virtudes cívicas.
CAPITULO II
LA CONQUISTA ROMANA
En la obra de la conquista romana pueden distinguirse dos periodos. Uno
pertenece al tiempo en que el viejo espíritu municipal aún tenía mucha fuerza;
entonces fue cuando Roma hubo de superar los mayores obstáculos. El otro
pertenece al tiempo en que el espíritu municipal andaba muy decaído: la
conquista se realizo entonces fácil y rápidamente.
Las instituciones de la ciudad antigua se debilitaron y agotaron en una
serie de revoluciones. La dominación romana tuvo por primer resultado acabar de
destruirlas y extinguir lo que de ellas quedaba. Al destruir Roma en todas
partes el régimen de la ciudad, no lo sustituía con nada. A los pueblos que
despojaba de sus instituciones no les daba en cambio las suyas propias. Ni
siquiera pensaba en crear instituciones nuevas que fueran para su uso. Está
pues averiguado que los pueblos, a medida que ingresaban en el imperio de Roma
, perdían su religión municipal, su gobierno, su derecho privado. Puede
creerse, sin dificultad, que Roma atenuaba en la práctica lo que la sumisión
tenía de destructora.
Tal fue el efecto de la conquista romana sobre los pueblos que
sucesivamente cayeron en su poder. De la ciudad todo pereció: primero, la religión,
luego, el gobierno y, en fin el derecho privado.
Todas las instituciones municipales, quebrantadas ya desde hacía mucho
tiempo, fueron desarraigadas y aniquiladas.
LOS PUEBLOS ENTRAN SUCESIVAMENTE EN LA CIUDAD ROMANA
Esta lenta introducción de los pueblos en el Estado es el último acto de
la larga historia de
la transformación social de los antiguos.
CAPITULO III
EL CRISTIANISMO CAMBIA LAS FORMAS DE
GOBIERNO
La victoria del cristianismo marca el fin de la sociedad antigua. Con la
nueva religión termina esta transformación social, que hemos visto comenzar
seis o siete siglos antes de ella.
Pero como ya hemos visto, la sociedad se modificó poco a poco. En
gobierno y en el derecho se realizaron cambios al mismo tiempo que en las
creencias. Ya en los cinco siglos que precedieron al cristianismo, no era tan
íntima la alianza entre la religión de un lado, el derecho y la política de
otro.
Llegó un día en que el sentimiento religioso recobró vida y vigor, y la
creencia, bajo la forma cristiana, reconquisto el imperio de las almas.
No solo se reavivó con el cristianismo el sentimiento religioso; también
adquirió expresión más alta y menos material.
La religión ya no ordeno el odio entre los pueblos, ni impuso al
ciudadano el deber de detestar al extranjero; al contrario, estaba en su
esencia enseñarle que tenía deberes de justicia y hasta de benevolencia para
con el extranjero y para con el enemigo.
Jesucristo rompe la alianza que el paganismo y el imperio querían
reanudar, proclama que la religión ya no es el estado, y que obedecer al Cesar
no es lo mismo que obedecer a dios.
El estoicismo ya había señalado esta separación. El cristianismo hizo lo
que solo era el esfuerzo energético de una secta valerosa, la regla universal,
e inquebrantable de las siguientes generaciones; de lo que sólo era consuelo de
algunos, Hizo el patrimonio común de la humanidad.
Los sentimientos y las costumbres se transforman entonces los mismo que
la política. Se debilitó la idea que e hombre se había forjado sobre los
deberes de ciudadano. El deber por excelencia ya no consistió en ofrecer su
tiempo, su fuerza y su vida al estado.
La política y la guerra ya no fueron el todo del hombre; el patriotismo
ya no fue las síntesis de todas las virtudes, pues el alma no tenía patria. El
hombre sintió que existían otros deberes que el de vivir y morir por la ciudad.
El cristianismo distinguió las virtudes privadas de las virtudes
públicas. Rebajando a éstas, realzó a aquellas; coloco a dios, a la familia, a
la persona humana por encima de la patria; al prójimo sobre el ciudadano.